En el Salón de Actos del Colegio Nacional de Buenos Aires, sobre la puerta de ingreso a la sala de banderas se encuentra una hilera de tubos metálicos de distintas alturas, que forman una atractiva fachada del órgano centenario del auditorio.
El órgano
Director Musical Leonardo Petroni
Quien haya entrado al Salón de Actos del Colegio y elevado la mirada por sobre la puerta de ingreso a la sala de banderas seguramente haya notado una hilera de tubos metálicos ordenados por altura cubriendo la superficie de un arco. Estas son apenas unas docenas de los muchos tubos por donde salen los sonidos del centenario órgano que tiene el Colegio en su auditorio.
El resto de la tubería se encuentra detrás de esta fachada, en una pequeña sala a la que se accede a través del gabinete de geografía, donde en varios niveles se distribuyen los otros 3600 tubos del instrumento. Algunos de ellos son metálicos, otros de madera y dependiendo de sus diferentes formas y tamaños producen los más variados timbres. Desde la calle Bolívar podemos observar en el segundo piso del edificio las dos ventanas de esta pequeña sala, que permanecen tapiadas por dentro para evitar el ingreso de la luz solar al interior.
El aire que al salir por los tubos produce el sonido se toma a través de un motor eléctrico que infla los fuelles del órgano. Este motor se encuentra también en el segundo piso del Colegio aunque originalmente estaba instalado en el subsuelo.
Contigua al estrado se encuentra la consola del órgano, un mueble desde donde el organista comanda el instrumento. En la consola se encuentran cuatro teclados (tres originales y uno agregado posteriormente), una pedalera de 30 notas para tocar con los pies y numerosos botones que permiten al intérprete elegir qué tubos entrarán en funcionamiento y cuáles no.
La consola original poseía además un mecanismo denominado "organola" mediante el cual, con rollos de papel perforados, el órgano podía reproducir música prescindiendo de un organista.
Los orígenes de este órgano se remontan al año 1928 cuando, gracias a una donación del Prof. Nicolás Avellaneda, las autoridades del Colegio Nacional de Buenos Aires encargaron a la fábrica alemana Laukhuff el diseño y construcción del instrumento que hacía tiempo venían anhelando. El edificio del Colegio era nuevo y, emulando los ejemplos de universidades europeas, las autoridades querían dotar de un órgano al auditorio. El 22 de agosto de 1928, mediante una resolución, el Colegio acepta la donación del Prof. Avellaneda y dispone que este dinero se utilice para efectuar la compra.
El instrumento fue diseñado especialmente para el Salón de Actos, y una vez construido y probado en su país de origen fue embalado en cajas y enviado en barco desde Alemania a Argentina. A finales de 1929 llegó al país y debió ser montado pieza por pieza de acuerdo a las instrucciones de sus fabricantes. Para ello se recurrió a personal local especializado en la materia, encomendándose la tarea al Sr. Francisque Piq.
Juan Medina, organista entendido en la materia y profesor del Colegio, fue el encargado de supervisar todos los trabajos de instalación del órgano y una vez concluidos, confeccionó un largo y valiosísimo texto detallando minuciosamente todas las características del instrumento. Se acordó realizar un mantenimiento anual del órgano a cargo del organero Fransique Piq.