Publicado en Colegio, el viernes 21 de junio de 2013

Un estudio realizado por investigadores de Flacso analiza el origen de las clases dirigentes. Un lugar aparte merece El papel, aún vigente, del Colegio Nacional de Buenos Aires.

Hay dentro de los muros del Colegio, como en la penumbra del boudoir, coqueterías intelectuales exquisitas, jóvenes que se ocultan para estudiar, que durante las horas de instrucción colectiva leen asiduamente una novela, pero que se levantan al alba y trabajan con furor en la soledad”, se lee en Juvenilia donde Miguel Cané inmortalizó su paso por el Colegio Nacional de Buenos Aires que, fundado al calor de la Argentina agroexportadora, sigue siendo un símbolo de pertenencia de la elite.

De la conformación de los sectores altos en el país se ocuparon las investigadoras Sandra Ziegler y Victoria Gessaghi en Formación de las elites, investigaciones y debates en Argentina, Brasil y Francia (Manantial y Flacso). Las autoras resaltan que a diferencia de los países centrales en los que se desarrolló un campo de estudios sobre el tema, en la Argentina, el camino “ha sido más errático y conoció tanto impulsos como renovaciones en coyunturas históricas particulares”.

Influenciadas por las teorías funcionalistas de la época, en la década del 60, las investigaciones se basaban en la reconstrucción de las trayectorias de quienes ocupaban las posiciones más altas en las instituciones de la sociedad civil y del Estado para analizar su estatus, poder y prestigio. Los trabajos de José Luis de Imaz son señalados por las compiladoras como el ejemplo paradigmático de esos años. Según Mariana Heredia, doctora en Sociología de la EHESS de París, en los 70 y 80, los estudios se dedicaron, en su mayoría, a analizar la relación entre esos grupos sociales y el desarrollo, la dependencia y la democracia, entendidos como los grandes interrogantes de la época. También, en los 70, desde un análisis de clase, autores como Juan Carlos Portantiero o Guillermo O’Donnell, buscaban determinar las relaciones estructurales entre los diferentes sectores sociales. Si a fines de los 80 Hilda Sabato centraba su atención en la vinculación entre la clase dominante y las instituciones democráticas, Aspiazu, Basualdo y Khavisse intentaron analizar el papel de la burguesía como sujeto de la historia.

Luego de 2001, cuando el modelo de acumulación de los últimos 30 años cambió estructuralmente, el interés por el tema se multiplicó en todas las disciplinas: desde la sociología, la historia, la antropología y la educación, la necesidad de analizar las razones por las que esa elite había conducido tanto a la crisis económica como a la de representatividad política, guiaron la mayoría de las investigaciones.

La hipótesis central de los trabajos reunidos en La formación de las elites...

se basa en que, a diferencia de Francia, donde las clases dominantes fueron conformadas en las instituciones anteriores a la república, en la Argentina la falta de un “antiguo régimen” imposibilitó la creación de un sistema similar. Sin embargo, según señalan las autoras, si el Estado no “certificó” la conformación de espacios restringidos a unos pocos, tampoco los disuadió ni los reguló, sino que delegó a la “libre competencia” la consagración de las elites.

En su trabajo sobre el Colegio Nacional de Buenos Aires, Alicia Méndez (autora además de El colegio ) plantea la tensión existente entre la meritocracia y el igualitarismo, producto de la educación sarmientina. “Mientras sus egresados sigan ganando becas y puestos de ministros antes de los 40 años, mientras haya ex alumnos en la Corte Suprema, así como titulares de materias, o directores o figuras en diarios, y mientras la cantidad de adolescentes dispuestos a hacer un exigente curso de ingreso anual que los transformará en personas diferentes de las que eran antes de iniciarlo duplique las vacantes existentes, seguirá sosteniéndose la vigencia de ese contrato, pese a su disparidad en términos axiológicos respecto del resto de la sociedad”, sostiene Méndez.

Los que educan a los sectores privilegiados, es decir, los docentes de la elite tienen también un lugar en el libro. Ziegler, doctora en Ciencias Sociales e investigadora de Flacso, se ocupa de este tema partiendo de la premisa de que el sector docente no es homogéneo ni monolítico sino que presenta fragmentaciones cada vez más notorias.

Las ideas de Pierre Bourdieu son ineludibles. “Perturbando el sentido progresista de la Francia de su tiempo, Bourdieu recalca que, lejos de ser un dispositivo de integración y promoción social, el sistema educativo laico, universal y gratuito constituye el mecanismo por excelencia de reproducción y legimitación de las desigualdades de clase”, subraya Mariana Heredia en su trabajo “¿La formación de quién? Reflexiones sobre la teoría de Bourdieu y el estudio de las elites en la Argentina actual”. Heredia, también investigadora del Conicet, señala que no sólo continúa y continuará habiendo elites sino que seguirán existiendo mecanismos, no necesariamente incluyentes, explícitos ni ilegítimos, para formarlas y seleccionarlas. En palabras del propio Bourdieu: “Tanto entre estudiantes como entre profesores, la primera tentación podría ser la de usar la invocación de la desventaja social como coartada o excusa, es decir como razón para abdicar de las exigencias formales del sistema de enseñanza. Otra forma de la misma abdicación (…), la ilusión populista podría conducir a reivindicar la promoción de culturas paralelas generadas por las clases más desfavorecidas al orden de la cultura enseñada. No alcanza con constatar que la cultura educacional es una cultura de clase, pero actuar como si no lo fuera es hacer todo para que quede así”.

(Revista Ñ, Clarin, 20/06/2013)

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