Con 150 años, el Nacional de Buenos aires sostiene valores a contramano de una época devota de los resultados fáciles y poco exigidos. ¿Cómo lo hace?
Llegué a todas las posiciones sin haber recurrido jamás a ninguna influencia o recomendación y eso mismo aplico a los demás con quienes tengo contacto
Bernardo Houssay
Médico. Premio Nobel, 1947
Hay un lugar donde el apellido y los contactos no abren puertas, donde el reconocimiento no se obtiene por la riqueza o la clase social a la que uno pertenece. Allí, la única tarjeta de presentación y fuente de prestigio es la excelencia intelectual.
Este lugar existe y se encuentra en la Argentina. Más precisamente sobre la calle Bolívar al 200 del barrio de Monserrat, en el casco histórico de la ciudad de Buenos Aires. En un imponente edificio neoclásico de elegante escalera de mármol de Carrara y soberbia biblioteca se erige el Colegio Nacional de Buenos Aires (CNBA).
En esta isla de mérito, como describe la autora del flamante libro El colegio, Alicia Méndez, si hay alguna élite es una de corte intelectual, que se forma y moldea en los seis años de escuela preparatoria a fuerza de sacrificio y estudio. "En un país donde el mérito no es un valor predominante, el Colegio Nacional de Buenos Aires es muy interesante como objeto de indagación", destaca Méndez, doctora en Ciencias Sociales, investigadora y docente.
La prestigiosa institución, fundada por Bartolomé Mitre en 1863 sobre la base del entonces Colegio del Seminario y de Ciencias Morales, cumple 150 años y durante todo este tiempo, donde no faltaron convulsiones políticas e ideológicas, siempre mantuvo indemne el excelente nivel académico de sus profesores y alumnos.
En la Biblioteca. Pérez Volpin y Caparrós en un espacio que marcó a fuego a quienes pasaron por el centenario edificio de Monserrat. Foto: Daniel Pessah
Símbolo de nuestra nacionalidad, colegio de la patria, cuna de líderes de ambos extremos del arco político argentino, o simplemente El Colegio para sus ex alumnos, el CNBA se distingue del resto de los centros educativos públicos y privados del país por el elevadísimo grado de exigencia en la enseñanza y el aprendizaje, que se concreta en un alumnado diverso.
Por sus claustros transitaron algunas de las personalidades más encumbradas de la política, las humanidades, las artes y las ciencias de la Argentina. Entre ellos, los presidentes Carlos Pellegrini, Roque Sáenz Peña, Marcelo T. de Alvear y los dos primeros premios Nobel, Carlos Saavedra Lamas, Nobel de la Paz en 1936, y Bernardo Houssay, la misma distinción en Medicina en 1947.
El alto porcentaje de hombres eminentes que se formaron en esas aulas, como Alfredo Palacios, Baldomero Fernández Moreno, Luis Agote y José Ingenieros, entre muchísimos otros, son piedras basales que construyen la historia y sostienen el mito y la tradición de una de las grandes instituciones del país.
En su solemne despacho, el profesor Gustavo Zorzoli, rector del CNBA hace más de dos años, recibe a la Revista y asegura: "Nuestro sistema de ingreso se basa en el mérito. Quienes ingresan y participan del mundo del colegio saben que la excelencia académica es algo que no se cuestiona, no se discute. Pueden pasar muchas cosas. El colegio se puede transformar, pero el pilar es la excelencia académica".
El rector, de 53 años, que ingresó al colegio hace 27 como profesor de matemática, explica: "Las familias vienen en busca de esa excelencia académica, los profesores luchan porque se sotenga y los chicos la exigen. Desde el afuera, los ex alumnos siguen apostando para que el colegio tenga este prestigio".
Vinculado con el CNBA a lo largo de toda su vida, Horacio Sanguinetti ocupó el puesto de rector durante 23 años, siendo su gestión la más larga en la historia de la institución. Por eso sabe de lo que habla cuando se le pregunta por aquello que la distingue: "Los valores de rigor, esfuerzo y mérito se estimulan prioritariamente. Sólo premiamos el saber y la conducta".
La fortaleza y singularidad del CNBA, resume Fernando Devoto, historiador y egresado del colegio, reside en cinco puntos: "El examen de ingreso que produce una selección de los más entrenados; el nivel de exigencia de los docentes que provoca que termine aproximadamente la mitad de los que ingresan; el ambiente de origen de las familias que contiene dos dimensiones enriquecedoras: un alto número de hijos de profesionales y una elevada heterogeneidad social; los buenos profesores; el ser una institución pública, laica y gratuita, socialmente abierta e intelectualmente bastante meritocrática".
Según reflexiona Devoto, que es profesor titular en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA): "Nada permanece inalterado nunca y tampoco el colegio, que fue cambiando como la Argentina toda. Sin embargo, hasta cierto punto puede afirmarse que ciertos valores, hábitos, costumbres de un tiempo que fue, en algún punto han subsistido sorprendentemente en el colegio. Es curioso, por ejemplo, que en el país donde naides es más que naides subsista el examen de ingreso".
MÍSTICA PERDURABLE
Un rasgo que lo diferencia del conjunto, según Sandra Ziegler, investigadora del área de educación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), es el sistema de selectividad en el ingreso, que es excluyente para cursar los estudios allí.
"En esa selección lo que logran es cierta homogeneidad en los estudiantes en términos académicos. La homogeneidad viene dada por el ingreso que reúne un grupo de alumnos que tiene esa voluntad y capacidad de someterse a cierto nivel de estudio", acentúa Ziegler.
"El año pasado fueron 1100 los inscriptos y entraron poco más de 460", calcula Zorzoli. En general, la composición del alumnado son chicos que han tenido un buen desempeño en la primaria: los abanderados, los escoltas, los mejores promedios.
Tienen entre 12 y 13 años, y en paralelo a su séptimo grado cursan el ingreso. La exigencia del examen y el mito que a su alrededor se construye es tal que algunos estudiantes empiezan a prepararse dos años antes para no fallar.
Para Camila Teitelbaum, alumna de 15 años del CNBA, fueron tres días a la semana más los sábados a la mañana durante todo un año, mientras cursaba séptimo grado. "La verdad es que vale la pena", opina Camila sobre el esfuerzo que le demandó la preparación para el ingreso.
"Cuando comparo con chicos que van a otros colegios, me doy cuenta de que los temas que estudiamos no son los mismos o que nosotros los vemos más en profundidad, o antes que en otros colegios", observa la alumna, que pasa a tercero.
Desde 1985, la profesora Andrea López, de 50 años, enseña química en el CNBA. "Muchos de nuestros alumnos que quedan libres y deben ir a otras instituciones dicen que se aburren en las clases. Es que están acostumbrados al colegio. En general, cuando se arma el equipo olímpico para competir afuera, los elegidos son chicos que surgen de aquí. Tenemos un medallero importante", recalca.
Como profesora, pero también como la vicerrectora que fue durante cuatro años, López comparte orgullosa: "En las olimpíadas químicas hay una instancia intercolegial, una zonal, una provincial y una nacional. Siempre nos llevamos medallas de oro, plata y bronce. También competimos con países muy fuertes como China, Estados Unidos o Canadá, en matematica, física, química, biología, y nos ha ido muy, pero muy bien".
A partir de un alumnado heterogéneo, por la concurrencia de algunos chicos que provienen de distintos sectores socioeconómicos de la provincia de Buenos Aires, el CNBA presenta un carácter democrático. "El CNBA se caracteriza por impartir una formación ciudadana dentro de las aulas y a través de actividades no formales de aprendizaje, como la participación de los alumnos en el centro de estudiantes", dice la vicerrectora del CNBA, Silvina Marsimian.
Durante los seis años que duró una investigación donde entrevistó a más de 50 egresados (ver recuadro en esta página), Alicia Méndez constató que "el CNBA es más democrático que otros colegios públicos de la ciudad de Buenos Aires. Me crucé con el caso de una alumna de Avellaneda, de padre almacenero, que estaba estudiando allí. Pasan estas cosas en el CNBA y no hay nada que lo detenga. No existe la discrecionalidad del director".
Sentado en las escaleras de la entrada al colegio, Juan Martín Cortez, alumno de quinto año, rescata: "Algo que me gustó mucho cuando entré es la diversidad que hay. Venía de un colegio muy cheto y acá me sentí mejor acompañado". Cortez, futuro estudiante de medicina, destaca: "Lo que tiene el Nacional de Buenos Aires es que te abre la cabeza. Te enseñan a prepararte para las cosas que van a venir después en la vida".
Uno de los casos que mejor ilustran la meritocracia que siempre promovió el CNBA es el del doctor Daniel Stamboulian, el mayor especialista argentino en infecciones y presidente de la Fundación Centro de Estudios Infectológicos (Funcei).
Hijo de inmigrantes armenios recién llegados a la Argentina, el adolescente Stamboulian recibió una palmada en el hombro de su maestro de escuela en Almagro y un consejo: "Vos estás para el Nacional de Buenos Aires".
Entonces, el joven Stamboulian, hijo de una familia de clase media baja con un padre que trabajaba de mecánico, se subió a un colectivo para conocer de qué se trataba y quedó impresionado por el edificio.
"Me preparé un poco con mi hermana maestra y con un ex alumno del colegio. Pero en general solo, porque no tenía recursos para hacerlo de otro modo, y entré al curso de la mañana. Una vez por año me compraba el traje en la sastrería de la esquina para ir bien vestido al Nacional. Lo pagaba en diez cuotas", recuerda Stamboulian, que fue un alumno muy aplicado y, luego, celador en la institución. "Nunca tuve dificultad con alumnos en situaciones muy diferentes a la mía. Nunca sentí que me faltaban cosas", aclara quien también fue fundador de la Asociación Panamericana de Infectología.
De los 2200 alumnos que cursan sus estudios secundarios en el CNBA, dependiente de la UBA, hay 150 becados del conurbano, en especial de las zonas norte y sur, precisa el rector.
LA HERMANDAD DEL AULA
Otro punto de distinción del CNBA es la huella indeleble que deja en quienes se formaron allí y el fuerte sentido de pertenencia que enlaza y hermana a sus ex alumnos a lo largo de sus vidas.
"Los egresados pueden estar en posiciones políticas, ideológicas, filosóficas o religiosas enfrentadas, pero coinciden en la valoración del colegio. Hay pocas instancias en la vida nacional en que personas tan distanciadas coinciden", comenta Méndez.
En su libro, Méndez narra una anécdota que ilustra la camaradería que fluye entre sus ex alumnos, aun entre quienes no se esperaría la menor cortesía.
Allí cuenta que en julio de 1996, Mario Firmenich, fundador y dirigente de la agrupación Montoneros, le envió una carta cordial y cortés al rector Sanguinetti, solicitando instrucciones para inscribir a su hijo en el colegio.
"Quien desconociera la historia reciente de este país, o bien un extranjero (..) hubiera podido leer esas líneas como si se tratara de un intercambio epistolar entre dos señores que se guardaban mutuo aprecio y respeto. Esas dos personas, ubicadas en posiciones políticas que no podrían ser más adversas, ex alumnos que cursaron en momentos distintos del colegio, empero consideraron que allí había algo en común", relata la investigadora.
"Creo que tiene que ver con la cuestión del mérito. Todos valoran que el colegio produce una diferenciación. El colegio es un lugar al que es válido volver. Volver llevando a un hijo a inscribirse, a presentar un libro. Hay algo atractivo, convocante", sostiene Méndez.
El actual rector de la institución educativa afirma: "El CNBA deja un sello. Los ex alumnos se reconocen en distintos ámbitos. No sólo por el bagaje cultural y por el valor del conocimiento, sino por aquellas cosas que preguntan. Esa hermandad que construyen por transitar en estos claustros es un tejido tan fuerte que se va a prolongar a lo largo de toda la vida. Tejen un vínculo que no se rompe nunca más".
Según Zorzoli, el colegio genera pasiones. "Están aquellos que dicen que son lo que son gracias al colegio y otros que dicen que lo peor que les pasó en su adolescencia es haber padecido las exigencias del colegio. No hay indiferencia."
Para monseñor Jorge Casaretto, ex alumno del CNBA, las reuniones con sus compañeros de curso son muy particulares. "Han pasado casi sesenta años y nos seguimos juntando todos los años. Nos reunimos durante un día y medio a reflexionar, y tratamos temas como la educación en la Argentina o el problema de los alimentos: cómo hacer para alimentar a toda la humanidad y los avances que han habido al respecto".
El majestuoso edificio del CNBA, diseñado por el arquitecto francés Norbert August Maillart, el responsable del Correo Central y el Palacio de Justicia, ejerce una poderosa influencia sobre sus alumnos, una mezcla de temor reverencial, sensación de pertenencia y orgullo.
Hace 13 años que la arquitecta Karina Bélice realiza las visitas guiadas en la Manzana de las Luces, solar sobre el que fue fundado el CNBA en 1863, pero que desde 1662 albergaba otros como el Colegio de San Ignacio creado por los jesuitas, el de San Carlos, el de la Unión del Sud, el de Ciencias Morales, el Republicano federal y el Eclesiástico.
En los antecesores al CNBA estudiaron personajes de la talla de Manuel Belgrano, Bernardino Rivadavia, Vicente López y Planes, Manuel Alberti, Justo José de Urquiza y Juan Bautista Alberdi.
MARCA HISTÓRICA
Cuna de científicos. Florín, Stamboulian y Kornblihtt en el gabinete de zoología que vio nacer su vocación. Foto: Daniel Pessah
"El CNBA es de estilo neoclásico ciento por ciento. Es el primer edificio en la ciudad de Buenos Aires con ese revoque símil piedra París. Las escalinatas de mármol de Carrara son el único elemento italianizante dentro de ese entorno afrancesado. Todo el mobiliario vino de Europa: las lámparas, las mesas forradas en cuero de la sala de profesores, los sillones Chester, incluso los radiadores de la biblioteca, de la pileta de natación. La biblioteca es una joyita", describe Bélice.
Una colección enciclopédica, que incluye incunables y ejemplares del siglo XVI en adelante, enriquece los tres pisos de la biblioteca. En esa atmósfera de estudio y reflexión, iluminados por las lámparas de opalinas verdes y sostenidos por la noble madera de sus escritorios, germinaron no pocas vocaciones literarias, científicas y filosóficas.
Para el escritor Martín Kohan, ex alumno del CNBA, era su rincón preferido. El autor de Ciencias morales, novela ambientada en el colegio en 1982, recuerda haber pasado casi todas sus mañanas en este espacio. El valor más importante que le imprimió el CNBA fue la constancia para el estudio y la capacidad para disfrutarlo.
"El esfuerzo y el sacrificio no quedaban disociados, al menos para mí, de cierto disfrute de estudiar y aprender. En cuanto al mérito, es algo que empieza a funcionar ya en el examen de ingreso, y me sigue pareciendo de absoluta legitimidad", opina el escritor y agrega con orgullo que su hijo acaba de ingresar y ya es alumno del CNBA.
El CNBA alentó a muchos a relatar sus vivencias en aquellas aulas estrechas de pizarrones universitarios y estrado elevado para el profesor. Fueron muchos los que quisieron narrar sus pasos por los corredores de mayólicas verdes y documentarlos. Uno fue el médico Florencio Escardó, quien escribió el ensayo La casa nueva. Evocación del Colegio Nacional de Buenos Aires.
Según sugiere Ziegler: "Todo esto ayuda a seguir retroalimentando la imagen del CNBA. La institución de alguna manera se relata a sí misma. Esta trayectoria que tiene opera generando aspiraciones de quienes transitan por sus aulas y son las mismas expectativas de los profesores con sus alumnos".
Quizá la obra más conocida surgió de la pluma de Miguel Cané, en 1882, con el nombre de Juvenilia.
Una frase de aquella estudiantina romántica, un clásico de literatura argentina, se encuentra eternizada en forma de placa evocativa en el actual claustro Presidente Mitre:
"Yo diría al joven que tal vez lea estas líneas, paseándose en los mismos claustros donde transcurrieron cinco años de mi vida, que los éxitos todos de la tierra arrancan de las horas pasadas sobre los libros en los años primeros".
MARTÍN CAPARRÓS
Escritor. 55 años. Promoción 73
"Si algo distingue al Nacional de Buenos Aires es que, de distintas maneras, sigue creyendo en ciertos valores muy desdeñados: que hay que tratar de hacer mejor lo que uno hace, que es importante saber más que lo que uno sabe, que el conocimiento es el mejor capital que alguien pueda tener. Y que no importa de dónde vengas, sino hacia dónde vas."
DÉBORA PÉREZ VOLPIN
Periodista. 45 años. Promoción 86
"Sigo muy ligada a muchos de mis compañeros. Esa época fue muy definitoria para inquietudes y valores míos. Conservo vínculos muy entrañables."
MIGUEL GUSTAVO PEIRANO
Ex Ministro de Economía de la Nación. 45 años. Promoción 85
"Nunca olvidaré el apoyo y la dedicación de mis padres para ayudarme a cumplir con un nivel de exigencia muy elevado, y el de las familias de los amigos con los que compartíamos parte de nuestra vida. Recuerdo con mucha nostalgia esa época, donde casi todo nuestro tiempo se orientaba al colegio."
RICARDO MONNER SANS
Abogado. 76 años. Promoción 54
"Descargar adrenalina en el recreo largo hacía que el patio de la planta baja fuera un lugar preferido. Por lo demás, allí podíamos conversar con alumnos de otras divisiones de cualquier año. En mi caso, hasta recibir algún amable insulto: mi padre era profesor de castellano y literatura."
JORGE CASARETTO
Obispo emérito de San Isidro y actualmente a cargo de la diócesis de Merlo-Moreno. 76 años. Promoción 54
"Los patios son muy especiales. Te quedan muy grabados en la mente, junto a las conversaciones que uno pudo tener en los recreos. Cuando veo muchos chicos que no han podido recibir una educación adecuada para desenvolverse en sus vidas, siento que he sido muy privilegiado. Tenemos una deuda con el resto de la sociedad y un gran desafío frente a una Argentina con tantos problemas en la educación."
DIEGO PERETTI
Actor y psiquiatra. 49 años. Promoción 80
"Siento por el colegio lo que cualquier ex alumno por el lugar donde transcurrió buena parte de su adolescencia. A pesar de ser una época muy difícil para cualquier joven estudiante, por la falta de libertad con la que se vivía, no me puedo olvidar de lo hermoso que es el colegio y de todos los amigos que allí hice y que siguen siendo parte de mi vida."
INGRID PELICORI
Actriz y psicóloga. 56 años. Promoción 74
"Me tocó hacer los primeros años del colegio en dictadura, y cuando estábamos en cuarto año tuvo lugar el gobierno de Cámpora. Entonces pasamos de una disciplina muy rígida y represiva a una explosión de libertad, de participación, donde lo político irrumpió de una manera muy fuerte."
NIK
Humorista gráfico. 42 años. promoción 88
"Se siente un placer, un orgullo. No me gusta mucho cuando se habla de élite. No me gusta fomentar esta idea porque lo mejor que tiene el CNBA es esta alegría que te deja en el alma. Soy un hijo de la educación pública y me gustaría que la educación del Nacional de Buenos Aires se extendiera a todos los colegios."
DR. ALEJO FLORÍN
Médico clínico de Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo, entre otros ilustres, y actor. 66 años. Promoción 62
"El colegio me dejó la formación. Había un plan de estudios muy de avanzada. Por ejemplo, teníamos seis años de latín, por lo cual teníamos un desarrollo de la mente muy importante. El colegio me hizo aprender a pensar."
DR. DANIEL STAMBOULIAN
Presidente de la Fundación Centro de Estudios Infectológicos (Funcei). 74 años. Promoción 56
"Pasan los años y uno se siente muy identificado con este lugar tan importante Después de 50 años, todavía nos reunimos. Ahí en la esquina de Perú y Moreno. A veces nos entristece la pérdida de alguno de nuestros compañeros, pero la sensación de pertenencia que nos dejó es muy importante. Tengo dos lugares importantes: el Nacional de Buenos Aires y el Hospital de Clínicas."
DR. ALBERTO R. KORNBLIHTT
Doctor en Ciencias Químicas y miembro de la Academia de Ciencias de los Estados Unidos. 58 años. Promoción 72
"Siempre sentí el doble orgullo de que el Nacional de Buenos Aires fuera bueno y gratuito. Las dos cosas juntas. Ninguna de ellas por separado me hubiera satisfecho. Quizá como rareza podría agregar que mi mujer Etel (59), y mis dos hijos, Juan (33) y Oliver (28), fueron también al CNBA, todos, ellos y yo, siempre al turno tarde."
ANA MARÍA SHUA
Escritora. 61 años. Promoción 68
"Ser egresada del CNBA es sumamente agradable, por supuesto. Incluso para aquellos que la pasaron mal. Eso sí: el intenso espíritu de cuerpo puede llegar a ser bastante molesto para los cónyuges. A menos que también sean del colegio, que ha demostrado ser muy endogámico."
¡RECREO!
Recuerda Horacio Sanguinetti: "Mi padre, Florentino Sanguinetti, profesor durante 40 años y rector durante 30 meses, tenía un pésimo alumno que no superó el cuarto año: Caloi. Él dibujaba. Mientras esperaban que llegara mi padre, muy amado y temido, aula bastante caótica, alguien campaneaba su arribo. Pero una vez se distrajo y el profesor ingresó sorpresivamente. Caloi había dibujado un Quijote en el pizarrón, y no llegó a borrarlo. Mi padre tronó: ¿Quién dibujó ese Quijote? Todos callaban, pero comenzaron a codear al autor para que confesara, lo que hizo al fin. Tiene un 10, laudó mi padre. Fue el único 10 que obtuvo Caloi en su trámite colegial. Lo relataba siempre con orgullo".
El doctor en Historia Fernando Devoto , de 63 años, nos convida una anécdota de su tiempo de estudiante. "El segundo día que fui al colegio lo hice para ver el resultado de los exámenes. La primera vez había ido a dar el examen. En las paredes del hall de entrada estaban puestas las hojas con las notas. No conseguí entender cuál había sido mi destino. Me acerqué a un señor mayor que estaba en el centro del hall y le pregunté ¿con cuántos puntos se entra? La respuesta fue sáquese las manos del bolsillo para hablar. Era el rector Florentino Sanguinetti. Mi imaginación me sugiere que miré luego las atemorizadoras altas escaleras de mármol. Debo haber temido estar en el lugar equivocado."
Débora Pérez Volpin recuerda nítidamente cómo se vivió en el colegio el regreso a la democracia en 1983. "Hasta ese momento, el CNBA tenía un interventor militar, vestíamos riguroso uniforme, marchábamos para llegar al aula y pasábamos los recreos sin movernos de nuestro claustro, sin subir la voz y escuchando música clásica. El lunes siguiente a la vuelta de la democracia fue una fiesta, se respiraba otro aire, todos estábamos exultantes. En el primer recreo largo de la tarde alguien tomó la cabina de música y por los parlantes de todos los pisos sonó una canción de Los Abuelos de la Nada. Nos pusimos a bailar recorriendo todos los pisos, saltando como hinchada, abrazándonos."
Cuenta Ricardo Monner Sans : "Mi abuelo, Ricardo Monner Sans, fue profesor del colegio. Desde hace muchos años, desde bastante antes de mi ingreso a la institución, está instituido el llamado premio Ricardo Monner Sans. Es su acreedor quien haya tenido el mejor promedio en castellano y literatura. Hasta que falleció mi padre, él se ocupaba de la entrega de premios. Luego me ha tocado a mí casi todos los años. No le comento el lío que se deben hacer quienes puedan creer, no sin razón, que yo instituí un premio con mi propio nombre".
La escritora Ana María Shua , que egresó del CNBA en 1968, jura que nunca se olvidará de las lecciones del profesor de historia Pérez Diez. "Entraba a la clase, tomaba la libreta, demorándose sádicamente en elegir al torturado del día. Pérez Diez no daba clases, sólo tomaba lección y se complacía en maltratar con especial saña a los alumnos que le tenían miedo o a los que odiaba por razones arbitrarias. En cierta época íbamos con un grupo de compañeros a un curso de actuación, en el teatro ABC. En el grupo había un chico que no era del colegio y que sin haber visto nunca a Pérez Diez, conociéndolo sólo a través de nuestros relatos, presentó en el escenario una imitación tan genial de ese instante nefasto que nos hizo desternillar de risa. El pibe se llamaba Mario Pasik."
Pérez Volpin nombra a otros profesores que dejaron huella. "Elvira Burlando de Meyer, porque supo transferirme su pasión por la literatura. Lucila Castro, profesora de latín, era todo un personaje con sus prendedores de lechuzas, porque se divertía enseñando: cada palabra era una suerte de misterio (según su terminación debía encajar como un rompecabezas en algún lugar de la oración, dándole un sentido nuevo) y además hacía chistes en latín de los que, obviamente, sólo ella se reía. Roberto Fraboschi: señor profesor de historia. Conocido por generaciones como corchito, con él soñé con griegos y romanos, y subí a dar lección al estrado (que aún tienen las aulas) por primera vez y con las piernas temblando. Tenía un gesto típico que era enganchar sus pulgares en las mangas de su chaleco, mientras escuchaba los orales. Era como tener un libro de historia al frente de la clase. Muchos años después cumplió el sueño de conocer Egipto, cuando ex alumnos le organizaron un viaje a través del programa Sorpresa y media."
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/1563730-yo-fui-al-colegio