Publicado en El Colegio en los medios, el domingo 14 de mayo de 2017

El organista del Colegio Nacional Buenos Aires tiene 33 años y está en una habitación repleta de tubos verticales. Algunos son de metal, otros de madera. De boca cilíndrica o cuadrada. Muchos tienen el tamaño de un lápiz, varios el de un caño doméstico, otros se asemejan al grosor del tronco de un jacarandá. Suman 3.600. Un silbido suave los envuelve. “El aire circula por esta habitación pero, si no hay nadie en los teclados, no hay sonido. Al tocar una tecla, el aire sale por el tubo”, dice y extrae uno pequeño y estrecho de una plataforma, se lo lleva a la boca y ejemplifica: “si soplo, suena”. Así, mientras convierte su soplo en una nota de flauta, Leonardo Petroni muestra el funcionamiento del órgano: una maquinaria que genera música a través de la expulsión de aire.

En la Ciudad de Buenos Aires hay alrededor de cien órganos musicales, 72 fueron declarados bienes pertenecientes al Patrimonio Histórico y Cultural de Buenos Aires. El nombramiento lo hizo la Legislatura porteña en una sesión reciente. El órgano del Colegio Nacional Buenos Aires integra la lista de aquellos que serán protegidos por el Estado. Es el único que está afuera de un templo. También uno de los pocos que tiene la consola -con los teclados y la pedalera- separada de la caja del órgano. Desde una butaca marrón del Aula Magna del Colegio hay que girar la cabeza hacia atrás y mirar hacia arriba para encontrar la fachada del instrumento. Detrás están los tubos, los fuelles, las válvulas, el motor, las llaves, las placas y las cientos de piezas que no ve el público. Abajo, a nivel del auditorio, está la consola desde donde el organista controla los movimientos, que mediante órdenes eléctricas, primero, y mecánicas, después, generan el sonido.

(Clarín, 13/05/2017)

Páginas